ESPEJO CITADINO, originalmente, nació como columna cuando trabajaba como reportero en el periódico México Hoy en 1999. En ese entonces contaba historias de personajes y situaciones de la vida citadina de la capital del país. Después, de regreso en Tabasco, empecé a publicar en el periódico La Verdad del Sureste. Desde el 2007 dejé de hacerlo y hoy, cuatro años después, he vuelto a publicar el Espejo Citadino en el Semanario La Chispa.Cada uno de sus comentarios serán tomados en cuenta para mejorar la aventura que hoy iniciamos y que compartiresmos cada ocho días con ustedes también desde este espacio. Gracias















martes, 17 de mayo de 2011

“Profesión de Fe”

VICTOR ULIN


Estás harta de seguir simulando. De decir “sí” cuando la respuesta es “no”. De prolongar la hipocresía que para tus “hermanos” es forma de vida. De tener que conformarte con revistas extremas, películas que queman, almohadas profanadas y pensamientos nostálgicos cuando sientes la provocación de tu cuerpo que demanda caricias ajenas.
Ocurrió hace un mes exactamente. Era domingo. Tu día y el de tus padres, principales promotores de lo que se ha convertido en tu calvario, en tu Vía Crucis sin ser la elegida.
Sentiste muchas cosas sin percibir el abismo. Nunca imaginaste que este momento te haría infeliz.
No estuviste, ni estarás –lo supiste siempre, pero lo negabas- dispuesta a luchar “contra el  demonio" que, -según la interpretación del Pastor-, te tienta a todas horas y hay que exorcizarlo a tiempo para que no seas una eterna pecadora.
Una semana antes, desde el púlpito, probaron tu presunta fortaleza y convicción.
Frente a todos, disertaste sobre el orgasmo femenino. Te sentiste tan tú en ese instante.  La seriedad del tema, fue, en ti, una catarsis. Hablar del orgasmo en el templo que no está vedado sino a ser tratado “como Dios manda” no es cualquier cosa.
El Pastor –recuerdas- pidió a los padres que los más pequeños abandonaran el recinto y fueran al patio a seguir con la lectura de la Biblia. Todavía no estaban preparados sus oídos para escuchar lo que dirías y que preparaba tu arribo a la “santidad”.
            El domingo siguiente, el Pastor te recibió con júbilo y sonriente. Un orgasmo espiritual lo invadía cuando desparramaba el agua bendita en la frente de los hijos que entran al redil.
No pensaste que te abría las puertas del infierno. Que tu casa sería una prisión. El purgatorio.
            Tus padres ignoran lo que sucede contigo después del domingo, hace seis meses ya.
Cómo por las noches tienes que esperar, casi sonámbula, a que se duerman para poder sentirte mujer. Cómo te destilas sobre la cama, frenética, silenciosa, mientras tus ojos no se apartan de la pantalla de la televisión donde proyectas películas de Bigas Luna o Pedro Almodóvar que llegan a rescatarte de tu castidad.
A tu edad, es normal que fantasees por la noche  con tu ex novio o con el vecino haciendo el amor en una playa desierta, en un elevador, en el auto, en la oficina, en el templo o donde los agarre la fuerza de la sangre que no repara en prejuicios ni dogmas.
Te arrepientes ahora de haber terminado la relación con tu novio porque tus padres te lo exigieron. No “es suficiente que tu futuro esposo profese tu fe, sino que debe merecerte”.
-Una señorita, una mujer decente como tú debe mantenerse virgen hasta casarse con un hombre de bien, que te haga feliz y te dé buena vida, pero sobre todo que sea buen cristiano: que te respete y vayan a misa juntos - te repite tu padre y madre cuando perciben una resistencia pasiva tuya que no llegaba, aún, a rebeldía.
-Es contra natura lo que está pasando conmigo- aciertas en un dejo de lucidez-. No estás hecha para lapidaciones ni para sacrificios que son ofrecidos, en tu nombre, por terceros.
            Creíste que a partir de ese domingo “bendito” tu mente se quedaría en blanco y tu cuerpo estaría ausente, insensible, ajeno a ti, preparado para enfrentar al “demonio” que, -dice el Pastor-, se disfraza de hombre para seducir a las mujeres débiles.
Ahora te das cuenta que no es cierto. Que nadie puede contra lo que eres.  Que la represión es una máxima que se queda en la Biblia.
Esta noche estás decidida a cortar el cordón umbilical de tu fe. Le pedirás a Roberta que hable a tu casa, pregunte por ti  y te invite al cine. Para entonces le habrás llamado a Manuel, el joven que conociste hace un mes y has tratado sin que tus padres se enteren.
Roberta solo llegará por ti. Saldrán juntas. En la esquina, Manuel las estará esperando.
Llevará a Roberta a su casa y tu te irás con él al lugar donde, pagando el alquiler, se consuman los amores falsos.
Eres mayor de edad. Una mujer –te persuades- que “debe tomar el toro por los cuernos”.  Dispuesta a ser tú.
Por un momento, te aterra la idea de que el Pastor, enterado, como lo ha hecho con una centena que apela a su libre albedrío y se rinde a su conciencia gelatinosa, anuncie frente a los feligreses y tus padres que por fornicar estarás castigada durante un año sin comulgar y serás lapidada con miradas lanzadas por tus hermanos.
Es lo de menos –respondes a ti misma- Lo que más te preocupa son tus padres.
-¿Pero quién les dirá, si no soy yo misma? – preguntas afirmativamente para animarte a llamarle a Manuel.
A Manuel le sorprendió tu llamada. Había desistido de seguirte buscando, de cortejarte.
-Te espero a las 8 en punto, a tres cuadras de la casa, iré con Roberta, que nadie te vea, ¿eh?- le explicas mientras tu corazón se amotina y la sangre se prepara.
-No te preocupes. Estaré puntual- respondió,  lacónico.
Del ropero, eliges un vestido que se ajusta a tu cuerpo. Una seda lisa y suave. Fácil de despojar.
Desde aquél domingo que tus padres celebraron tu “profesión de fe”  te habías condenado –por lo menos es a la conclusión que llegaste después de tantas noches en vela- al calabozo de tu religión y hoy aspirarías a recuperar tu libertad con Manuel.
Le pedirías que te devolviera lo que no puedes dejar de ser –mujer- ni aun cuando todas las maldiciones o excomuniones del Pastor y de tus padres cayeran sobre ti.


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