ESPEJO CITADINO, originalmente, nació como columna cuando trabajaba como reportero en el periódico México Hoy en 1999. En ese entonces contaba historias de personajes y situaciones de la vida citadina de la capital del país. Después, de regreso en Tabasco, empecé a publicar en el periódico La Verdad del Sureste. Desde el 2007 dejé de hacerlo y hoy, cuatro años después, he vuelto a publicar el Espejo Citadino en el Semanario La Chispa.Cada uno de sus comentarios serán tomados en cuenta para mejorar la aventura que hoy iniciamos y que compartiresmos cada ocho días con ustedes también desde este espacio. Gracias















viernes, 24 de junio de 2011

SOY SOLTERA
VICTOR ULIN
La pantalla de la computadora te lo recuerda de inmediato. Fue el amor que se quedó huérfano en la alcoba durante las largas noches de mutua indiferencia.
Tuviste que tocar fondo para tomar la decisión que el prejuicio casi aborta: no es cualquier cosa renunciar al pasado y ser crucificada por las miradas y las palabras de los familiares y los amigos que cuando viven algo similar, se inventan viajes de placer o estancias en el extranjero para volver uno o dos años después del autoexilio.
¿Por qué tenías que ser la excepción? Eres tan ser humano como los que nos equivocamos no una, sino decenas de veces: incluso tropezando con la misma piedra.
Cuando lo viste por primera vez, reaccionaste instintivamente. ¿El destino? Quién para adivinar lo que sucedería dos años después de que te casaste con él en una fecha que jamás olvidarás, aun cuando intentes aniquilar su nombre de tu memoria: fue una fiesta majestuosa. Las páginas de sociales en los diarios reseñaron el evento con amplitud y la foto principal era la de los dos besándose frente a todos.
¡Qué feliz!. Es la foto que tienes en tus manos. La última que dudas en conservar, que tampoco quieres quemar ni tirar en el cesto de la basura. Te ves tan hermosa en la imagen: un vestido blando de seda finamente trazado para que luciera tu cintura perfecta y hombros adorablemente desnudos que embellecían tus pecas.
Eres bella. Cualquiera de los pretendientes que asistieron a tu boda desearon estar en el lugar del hombre al que amaste incondicionalmente como esposo.
Lo amaste. No hay otra manera de entender que lo hayas perdonado tantas veces. Que hayas locamente dicho “sí” cuando te prometió matrimonio para toda la vida y que te trataría como lo que en realidad siempre has sido, pese a él y con él: una princesa.
El terror vino posteriormente. Gritos en público fueron el preludio de los golpes en casa.
Con las amigas aprendiste a crear historias: desde caídas hasta golpes en la pared cuando caminabas a oscuras porque no querías despertarlo a él ni a tu hija.
Las 24 horas del día quería saber tu ubicación. Con quién salías, a dónde ibas. Cómo te vestías. A quién saludabas. Qué ropa interior portabas. Evitaste las minifaldas o los jeans ajustados contra tu voluntad: hacerlo enojar era lo que menos querías.
Una llamada sin responder y dabas por hecho lo que sucedería llegando a casa: una cachetada que dejaría calcado los dedos de sus manos en tus mejillas o patadas certeras en las piernas a propósito, para que no usaras faldas ni vestidos cortos.
-¡Eres una cualquiera...¿Dónde estabas? ¿Eh?!- gritaba cuando entrabas a casa, al tiempo que extendía y lanzaba su mano derecha para impactar tu rostro.
Las explicaciones sobraban. Lo provocabas más cuando le suplicabas que dejara de agredirte. Que la niña podría despertarse. ¡Que por favor no más golpes en la cara!...
En el cuarto, la violencia se prolongaba cuando te obligaba a desnudarte para probar la sombra de su hombría: abría, a fuerza, tus piernas, mordía tus pechos...
Tu único consuelo es que no podía tardar demasiado en ti. Lo notaste desde el día de tu luna de miel en el hotel de cinco estrellas que parecía un castillo de hadas, como lo soñaste cuando pensabas en cómo querías que fuese tu primera noche.
Valla realidad. Nada comparado con lo que habías imaginado ni fantaseado, ni mucho menos aprendido con tu último novio, al que llegaste extrañar y desear desde tu luna de miel y las noches en las que tu esposo solo se preocupaba por sí mismo.
Qué cara puso cuando le comentaste tu deseo, legítimo, de venirse los dos juntos.
Tu cuerpo se le impuso siempre. Qué cuerpo. Qué tesura. Qué piel. Tus labios. No hay metáfora que se acerque. Cualquier hombre se sembraría en ti infinitamente.
Nunca supo por dónde comenzar el muy estúpido. Bastaba con besar tus dedos, deslizarse sobre tus pantorrillas, piernas y prepararte para el vuelo que nunca llegó. Fuiste como un pájaro sin alas. Como una noche sin estrellas ni cielo. Como un día sin sol, o una primavera sin flores en los jardines, como un lago sin agua.
Resististe, estoica, hasta el día en que –¡qué carajos!- te comiste tu miedo. Lo denunciaste.
El divorcio fue más rápido de lo que te hizo creer para inhibirte. El muy cobarde desapareció: prefirió la clandestinidad y la huída.
Qué libertad la de ahora. Qué alegría. Qué ganas de encontrar al hombre que conquiste tu cuerpo. Que se ancle en tu mar. Que provoque huracanes y tsunamis.
Es lo que ahora deseas. Es lo que esperas que suceda cuando, en la página de tu facebook, cambies tu situación sentimental de casada por soltera. ¡Soltera!
Tu llanto es porque serás tú misma la que lo haga y no él. Ya no más responder a sus órdenes para escribir “casada” y en tu muro “te amo”...

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