ESPEJO CITADINO, originalmente, nació como columna cuando trabajaba como reportero en el periódico México Hoy en 1999. En ese entonces contaba historias de personajes y situaciones de la vida citadina de la capital del país. Después, de regreso en Tabasco, empecé a publicar en el periódico La Verdad del Sureste. Desde el 2007 dejé de hacerlo y hoy, cuatro años después, he vuelto a publicar el Espejo Citadino en el Semanario La Chispa.Cada uno de sus comentarios serán tomados en cuenta para mejorar la aventura que hoy iniciamos y que compartiresmos cada ocho días con ustedes también desde este espacio. Gracias















jueves, 2 de junio de 2011


La Fuerza del Destino

VICTOR ULIN

Consuelo no puede sostener el sueño y se levanta mecánicamente de un solo esfuerzo.
Lo primero que hace al ponerse de pie es jalar una silla de madera para sentarse y contemplar su cama. La recorre visualmente con ternura y se le escapa una sonrisa adolescente.
Como cada mañana, las lágrimas acuden en tropel a su encuentro y se suicidan en la frontera de sus ojos castaños que retienen todavía una pizca de su juventud.
Desde hace veinte años llora por las mañanas...
Su madre murió a los 80 años de edad. Fue hija única. Cuando se dio cuenta, Consuelo ya tenía la mitad de su vida consumida en el cuidado de su madre Justina. 
A sus 50 años, era demasiado tarde para que Consuelo encontrara una pareja y se casara, y no quedarse sola como finalmente ocurrió a pesar de su deseo.
Los años fueron implacables con ella. Su padre falleció mucho antes que su madre. Los recuerdos sobre él son dispersos y tampoco hace por pegar los retazos de memoria de aquéllos años en los que la felicidad se le escamoteó para siempre.
En la casa que habita, también el tiempo envejeció en las paredes y desentona con el resto de las viviendas remozadas que fueron edificadas en el viejo San Juan Bautista.
En la parte frontal de su casa conserva lo que le queda de una miscelánea. Los anaqueles están vacíos.
En un pequeño aparador están unas muñequitas de plástico desvencijadas, una bolsa descolorida, algunos lápices y sacapuntas, platos amarillos que fueron blancos.
Consuelo levanta la cortina de hierro todos los días, como si fuera la miscelánea surtida que la gente de la colonia espera para comprar el mandado del día.
Actúa sin detenerse a pensar en lo que ya no es. Hay un afán en ella de gastarse las horas. Barre el interior de la tienda y la banqueta. Luego hace lo mismo en el resto de la casa que quedó destrozada por la inundación del 2007. Como pudo, rehabilitó su vivienda, pero no ha sido lo mismo: la humedad y las tejas rotas le preocupan. El cielo nublado la pone nerviosa y en ocasiones llora de preocupación.
A Consuelo la inundación le quitó su único sustento. Nunca recibió los diez mil pesos de apoyo que ofreció el gobierno federal a los que resultaron afectados en sus negocios.
Quien la ve no adivina su calvario cotidiano. Su delgadez es involuntaria. Come cuando tiene. Algunas vecinas la llaman, a veces, para ofrecerle un plato de comida o le regalan un pollo que Consuelo logra que le dure varios días o una semana. Hay ocasiones en las que las tres comidas del día son pan de sal y agua simple.
Cuando las cortinas de la miscelánea no han sido levantadas, es que está enferma, anda consiguiendo comida en el Centro o se fue a la marcha o plantón con los braceros que siguen demandando el pago por los años de trabajo en los Estados Unidos.
Consuelo ha puesto todo su empeño y fe en que le paguen el dinero que su padre, ex bracero, ya no puede reclamar y entonces tenga lo suficiente para surtir y reactivar la tienda vacía.
Los transeúntes que pasan por el local son muchos y es inevitable que dejen de verla.
Ahí está Consuelo. Sentada. Mirando sin mirar. A veces alguien se detiene para preguntarle si vende refrescos o el nombre de alguna de las calles en las que jugó de niña.
A las 6 de la tarde, sin vender nada, ni un solo peso, baja la cortina de la miscelánea.
Una hora más y Consuelo se sentirá viva. Ni un solo día desde que inició transmisiones se pierde su novela favorita del Canal de las Estrellas: “La Fuerza del Destino”.
Es cuando su casa se llena de voces. El sonido de la televisión devorando al silencio.
 El momento más triste le llega con la conclusión del último capítulo de la noche.
Consuelo desconecta el televisor. A falta de leche, toma agua y le da dos o tres mordidas a la pieza de pan.
Apaga las luces y se tapa con su delgada sábana. Otra vez el silencio la enguye.
            Mañana, cuando despierte, se levantará mecánicamente de un solo esfuerzo. Jalará la silla para sentarse y contemplará la cama en la que murió su madre Justina...
           

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